En un pequeño libro titulado Todos deberíamos ser feministas, Chimamanda Ngozi Adiche nos habla desde su experiencia vital para argumentar la potente afirmación de la portada. Se trata de la transcripción revisada de una TEDTalk de la autora. Algo que contribuye a encontrar un tono bastante ameno que acompaña a los duros señalamientos que no deberían quedar escondidos detrás de las sonrisas que puede ofrecernos. Una “feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres”, así es como llegó a definirse poniendo sobre la mesa la cantidad de prejuicios que hay que enfrentar ante un concepto como el de feminismo.
Chimamanda Adiche nació en 1977 y creció en su natal Nigeria. La primera parte del libro está llena de anécdotas que ilustran a la perfección la manera en que las diferencias en los roles entre mujeres y hombres son normalizadas. Es normal y “obvio”, nos dice, que una mujer no pueda ser la encargada del orden a pesar de tener la nota más alta en el examen. Es una regla no escrita ni dicha, pero no por eso presente y respetada. En un tiempo en el que parece que la igualdad ha ganado innumerables batallas desde aquella de las sufragistas, un chico agradece a su amigo Louis el dinero que ella decidió ofrecerle como propina por su ayuda para encontrar aparcamiento. El camino sigue siendo largo.
Todos deberíamos ser feministas, pero normalizamos
Con frecuencia tengo el placer de compartir conversación con entrañables amigas. Cuando ellas piden una cerveza y yo me decido por algo sin alcohol, sin importar que cada uno haya verbalizado lo que quería, meseros y meseras suelen intercambiar la bebida al llevar a la mesa. Al hombre le corresponde la cerveza y a la mujer lo que no lleva alcohol. Una idea clavada en el inconsciente o, como se sugiere en el libro, uno de los micromachismos adheridos a la educación de niñas y niños de todo el mundo. Sí, todos deberíamos ser feministas, por eso no hay que normalizar estas conductas.
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La nigeriana lo muestra con la cruda realidad de los datos: “La población femenina del mundo es ligeramente mayor -un 52 por ciento de la población mundial son mujeres-, y sin embargo la mayoría de los cargos de poder y prestigio están ocupados por hombres”. La subida en la pirámide del poder es directamente proporcional al descenso en el número de mujeres en puestos de mando. El problema es que no hay razón o argumento que valga para que esto se así. No obstante el silencio y el comportamiento reiterado lo normalizan, lo vuelven algo esperado. Apunta de manera brillante Chimamanda: “La persona más cualificada para ser líder ya no es la persona con más fuerza física. Es la más inteligente, la que tiene más conocimientos, la más creativa o más innovadora. Y para estos atributos no hay hormonas”.
La jaula de la masculinidad
Un tema que creo que vale considerar siempre de manera paralela al de la intolerable normalización de conductas desiguales es el de la construcción de la masculinidad. Es un lugar común el hablar de la manera en que los niños son educados para ser fuertes, no mostrar sus emociones y toda esta serie de linduras que no pasan nunca por el filtro de la reflexión. Todos deberíamos ser feministas, y esto implica pensar también a la contraparte que nos acompaña. La escritora africana lo dice con toda claridad: “Definimos la masculinidad de una forma muy estrecha. La masculinidad es una jaula muy pequeña y dura en la que metemos a los niños”. Un tema esencial para seguir avanzando en la igualdad es precisamente el liberar a la masculinidad de esta angostura en la que la hemos metido. Lidiar con una masculinidad angustiada no conviene a nadie.
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Entiendo que habrá quien se resista a volver a poner la mirada en lo masculino argumentando que hemos tenido ya demasiado tiempo de atención. Tienen razón. Pero esto no es un problema de mirar a los hombres, sino de mirar a la masculinidad. Esto quiere decir que hemos de revisar y redefinir esas dos grandes posibilidades de lo humano que son lo masculino y lo femenino. Lo que transmitimos a través de estas figuras arquetípicas debe pasar a revisión crítica. Pero, me parece, entendiendo que van en pareja porque la convivencia entre ellas es inevitable. “Hasta el lenguaje que usamos ilustra esto. El lenguaje del matrimonio se basa a menudo en la propiedad, no en el compañerismo”.
Entre el género y lo genérico
Una idea como esta puede derivar fácilmente en otro de los lugares comunes en este discurso: ¿no es mejor hablar de derechos humanos que de feminismo? Si pensamos que hay que revisar las posibilidades de lo humano (lo femenino y lo masculino), ¿por qué seguir dando prioridad a lo femenino? No se trata de dar prioridad alguna, sino de reconocer que a esta revisión se llega por la injusta anulación y menosprecio de una de las posibilidades. Esto es algo que hay que reconocer y aplaudir de la escritora africana. Sus palabras no tienen desperdicio:
Está claro que el feminismo forma parte de los derechos humanos en general, pero elegir usar la expresión genérica “derechos humanos” supone negar el problema específico y particular del género.Chimamanda Adichie
Si queremos evitar la normalización y avanzar de verdad hacia un plano de igualdad debemos pensar activamente en el género y evitar el terreno de lo genérico. Llegamos hasta aquí por la opresión de unos sobre otros. No puede negarse este elemento. Por eso vale la pena hablar de feminismo y liberarlo de una vez de los pesados adjetivos que lo cargan de manera negativa. Pensar en paralelo la masculinidad no debe tener un efecto eclipse sobre el verdadero centro de los problemas. El hecho de que así sea, de hecho, será una muestra de que avanzamos en la dirección deseada.
Solamente hay una idea que creo que no está lo suficientemente desarrollada. Dice Chimamanda Adichie sobre el final de Todos deberíamos ser feministas: “La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura”. Entramos quizá en un territorio donde hay que decidir qué fue primero si el huevo o la gallina. Lo cierto es que hoy el binomio gente-cultura se retroalimenta de manera constante e inevitable. Pero este es un tema que habrá que revisar con detenimiento en otra oportunidad.
Hola Carlos
Leo este post en la semana donde van a comenzar los fastos del Orgullo Gay. Lo masculino y lo femenino están ya en un cambalache como el del tango.
Pero el feminismo como movimiento social sigue teniendo sentido.
Un abrazo
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Mi querido ratón, efectivamente esos punto de contacto e intercambio constante nos dan mucho que decir y pensar. Creo que es uno de los elementos más importantes para pensar las nuevas masculinidades de manera que tengan su sitio bien diferenciado. Claro que eso implica separar la paja del oro y eso no siempre es sencillo. Además de que, como bien dices, el feminismo sigue teniendo sentido porque sigue su propio sendero. ¡Abrazo roedor!
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