Hablar de masculinidad en los tiempos que corren tiene cierto factor de riesgo. El discurso hace énfasis en la igualdad con distintos apellidos: de genero, de oportunidades, de condiciones. Lo femenino tiene un más que justo y necesario protagonismo en esta lucha reivindicativa ante el peso de una historia hecha a la medida de los hombres. De aquí que poner la masculinidad de nuevo sobre la mesa pueda resultar chocante. Se ha hablado ya demasiado desde este punto de vista, lo que se necesita son alternativas. Pero es justamente por eso que creo indispensable recuperar y distinguir la noción de masculinidad de la de machismo, por ejemplo.
Poner la masculinidad bajo sospecha implica verla de abajo a arriba, es decir, preguntar por sus fundamentos, por sus orígenes que ayuden a comprender mejor su sentido y sus derivas. Es, en este caso evidentemente, un ejercicio reflexivo de lo que me constituye en tanto que marcado por la masculinidad. Atendiendo solamente a la palabra hemos de entender por ello lo relativo al varón o al macho en sentido biológico. Pero de inmediato nos asaltan las preguntas: ¿qué o quién determina lo que es relativo al varón? Habrá que aceptar un punto mínimo de partida: lo relativo al macho está determinado, al menos en un inicio, por el sexo biológico de la persona. En otras palabras, nacemos sexualmente marcados por la tómbola genética y es desde ahí que podemos empezar a tomar decisiones.
Masculinidad y machismo
Como todo primer acercamiento a un tema que hago lo que busco es comenzar a poner en orden las palabras. Se trata de un procedimiento adquirido por mi (de)formación profesional. Si no delimitamos el cerco semántico en el que nos movemos las confusiones estarán siempre presentes. En este caso, además, me parece de una importancia todavía mayor el evitar en la medida de lo posible los malos entendidos por usar de manera equivocada un término. De lo que se trata al poner bajo sospecha la masculinidad, precisamente, es de comenzar a tender un puente que una horizontalmente lo femenino y lo masculino.
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Es por esto que habría que empezar por obviedades del tipo: masculinidad no es lo mismo que machismo. Ya hemos dicho que si nos centramos en lo que la palabra nos dice literalmente el sentido es bastante inocuo: la masculinidad es la cualidad de masculino que no es nada más que lo relativo al varón. El machismo, por su parte, introduce el sufijo -ismo que apunta a una tendencia, actitud, doctrina o incluso sistema. De manera que tenemos aquí un elemento que supone una valoración y una toma de postura con respecto a algo. El machismo, precisamente por eso, representa el conjunto de ideas que se rigen por la premisa de la superioridad del varón con respecto a la mujer. Hablar de masculinidad implica asumir una actitud descriptiva de lo que es relativo al varón, mientras que el machismo pone ya en juego a lo femenino colocándolo siempre en inferioridad como su premisa.
Neutralidad y comparación
Lo relevante de esta simple distinción está en que cuando hablamos de masculinidad podemos realizar una descripción neutral de lo que se relaciona con el varón. Hay que admitir que es muy sencillo enunciar este punto de partida, pero que seguramente se olvide en cuento se haga un intento de comenzar a poner en práctica la descripción. ¿Qué es lo relacionado con el varón? ¿La fuerza física? ¿La falta de expresividad de emociones? ¿La agresividad o belicosidad? Cualquiera que sea la opción elegida se abre de inmediato un campo de debate que nos haría encontrar cientos de ejemplos que mostrarían que cada elemento está presente también en lo femenino.
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Pero es justo aquí donde se cae en la trampa: describir no es comparar. Afirmar que la la fuerza física, por ejemplo, es un elemento relacionado con el varón no es lo mismo que decir que no esta cualidad no esté presente en lo femenino. De nuevo, algo de lo más elemental pero indispensable para poder construir diálogos constructivos. De hecho, poner bajo sospecha la masculinidad requiere justamente de asumir esta perspectiva que nos permita construir una lista de lo que más o menos arbitrariamente se ha relacionado con ella. Esto nos permitirá entender los tipos de masculinidad que pueden construirse a partir del momento en que la tómbola genética arroja un cromosoma Y. Así, cuando hable de masculinidad en ningún caso debe asumirse que se valora como positivo o negativo la presencia de un elemento. Por supuesto que tampoco se asume que algo esté excluido de lo femenino por el simple hecho de estar presente en lo masculino.
Los tipos de masculinidad
Puede parecer chocante el demorarse en este tipo de elementos cuando la realidad nos apremia a actuar. Lo sé, pero alguien tiene que hacerlo. Es un ejercicio necesario para quien quiera poner bajo sospecha su propia masculinidad. Entrar a a valorar los elementos que uno mismo ha asumido como propios de su masculinidad es la puerta para una construcción más consciente y para una siempre posible mejora. En este sentido quiero recuperar los tipos de masculinidad que destaca Octavio Salazar para darnos una idea de en qué punto del espectro puede encontrarse cada una y cada uno.
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El primero de ellos es el que se define como claramente machista por mantener y reivindicar el esquema patriarcal en todos sus sentidos. Discursivamente se posiciona siempre en contra de las reivindicaciones y logros del feminismo. El segundo no tiene esta “militancia” del machista antes descrito, pero tampoco ha comenzado un ejercicio crítico de su posición como hombre en una sociedad patriarcal. Su comodidad no está en riesgo ni cuestiona las relaciones de subordinación con las mujeres que le rodean. El tercer grupo se compone por aquellos que han modificado ya sus actitudes avanzando hacia relaciones más igualitarias e inclusivas. Salazar nos dice que no necesariamente son conscientes de ello y que la paternidad juega un papel clave al buscar un padre distinto al que tuvieron en casa. Finalmente, el cuarto grupo se compone por aquellos que han asumido la crítica de su propia masculinidad como una tarea esencial y se vuelven activistas en lo relacionado a la defensa de la igualdad.
No estoy del todo convencido de esta clasificación que, como el mismo Salazar reconoce, puede prestarse a generalizaciones más bien burdas. Pero creo que es un buen punto de partida para preguntarse por los elementos que cada uno de estos grupos vincularía con la masculinidad. En otras palabras, qué es lo que considera relacionado con el varón el grupo 1 que no aplica en el grupo 4. Lo que encontraremos, sin duda, es que los elementos relacionados se volverán menos rígidos conforme se avance en los grupos. Pero he de dejar aquí el texto para que cada una y cada uno comience a hacer este ejercicio. Un primer paso para poner a la masculinidad bajo sospecha.
Hola Carlos
Definir lo masculino en relación con lo femenino es hacerse trampas al solitario.
El problema deviene de una visión dualista del universo; visión, por otra parte, totalmente respetable.
En una visión monista, la masculinidad y la feminidad formarían parte del mismo ser humano simplemente.
Un abrazo
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Mi querido ratón, estoy de acuerdo en que “definir desde” es una trampa y además es peligrosa. Lo que apuntaría es que más que monismo y dualismo habría que pensar en pluralismo. Así no cerramos puertas y podemos establecer puntos de contacto que enriquecen perspectivas. Por eso creo que es mejor hablar de masculinidades, en plural. ¡Abrazo roedor!
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