Hace unos días que el buen Víctor Amat comentaba, siempre con su peculiar estilo, una entrevista a Mo Gawdat, un ingeniero que presenta la fórmula de la felicidad, o al menos su peculiar versión de la misma. Claro que no estamos hablando de un ingeniero cualquiera. Se trata de quien fuera el director comercial de Google X. Este personaje tuvo una desafortunada experiencia con la pérdida de su hijo. Sus habilidades matemáticas le llevaron a buscar en cálculos y fórmulas la salida a la insoportable ausencia. El resultado es la fórmula de la felicidad que hoy puedes encontrar en formato libro.
Debo confesar que, como buen curioso que soy, había dado con el libro desde su aparición en inglés. No lo he terminado todavía. Segunda confesión en menos de tres frases. La curiosidad es así: nos lleva por senderos insospechados pero no siempre del todo fructíferos. De cualquier manera le llamamos experiencia a ese camino que no ha resultado como esperábamos o como más nos hubiera gustado. En fin, que la cosa es que mi curiosidad no pudo resistirse y fue directa a la trampa de un título pegajoso que, además, va respaldado por un nombre que combina dos elementos por demás interesantes: la cultura egipcia y una de las marcas que más determina nuestro día a día (Google). Justo el terreno intermedio que me gusta explorar. ¿Por qué no terminé de leerlo?
La fórmula de la felicidad, ¿una novedad?
El mismo Gawdat habla de la fórmula de la felicidad en más de una entrevista, así que no hago ningún spoiler si la digo aquí. Pero tomemos nota de que el autor lo define más como un algoritmo al que llegó ante la imposibilidad de definir la felicidad. Además, el título original es Solve for happy. Esto sería algo así como “solución para feliz” o “respuesta para feliz”. Con esto quiero remarcar que el objetivo parece ser definir, enmarcar, poner límites claros a lo que puede entenderse por feliz, que no siempre es lo mismo que felicidad. Puedo estar feliz sin pensar que ese estado define en sí mismo a la felicidad. Pero este es un tema para otro día.
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La fórmula de la felicidad, o algoritmo, es bastante sencilla en sí misma: la felicidad es igual a o mayor que la manera en que vemos los eventos de nuestra vida y nuestras expectativas de como debería comportarse o desarrollarse la vida. Percepción de los eventos menos las expectativas de la manera en que debería desarrollarse la vida. Los ingredientes están sobre la mesa. Justo ahí fue donde me detuve. Lo medular de su idea me sonaba bastante familiar. Así que cuando caí en la cuenta era como si me hubieran prometido un platillo nuevo y exótico, pero al ver los ingredientes ya todo pintaba para hacer una variante más del omelette.
Epicteto reloaded
En efecto, la fórmula de la felicidad nos trae de vuelta ideas de un “esclavo con talento”, como describe José Antonio Marina a Epicteto. “Los acontecimientos no nos hacen daño, pero nuestra visión de los mismos nos lo puede hacer”. Esta sencilla fórmula habría sido suficiente para que el libro de Gawdat no viera la luz o, para decirlo de manera más amable, para que tomara una forma completamente diferente. No sería ya la asombrosa mente matemática de un hombre dando con una fórmula para definir la felicidad, sino el de un ingeniero redescubriendo en la sabiduría antigua una manera de hacer frente a una situación desesperada. Sin duda que la historia no vende tanto, pero creo que es más honesta.
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Como ya confesé que no he terminado el libro, debo añadir que debo mantener el beneficio de la duda con respecto al contenido del mismo. Los comentarios, por tanto, son hacia lo que se presenta como el corazón de la idea, la idea fuerza que le da vida a las páginas de Gawdat. Hasta ahora no he podido escuchar o leer en las entrevistas una referencia, reconocimiento o mención a Epicteto. Pero sí afirmaciones del tipo: “No son los acontecimientos la diferencia, sino la comparación con lo que quieras que sea tu vida”. Epicteto reloaded, no hay duda alguna. La conclusión, además, se ve venir desde lejos: no puedes hacer nada con lo que acontece, pero sí con lo que piensas sobre lo que acontece. En el esclavo con talento esto se llama visión. En el ingeniero inspirado se llama expectativas. ¿Qué es lo que se tiene que ajustar?
La fórmula de la felicidad y sus elementos
Pero no quiero ser injusto. Así que me centro en lo que sabemos con cierta certeza. En la búsqueda de una definición de felicidad se ponen en relación los hechos con las expectativas. Pero una fórmula es, en términos matemáticos, una regla que pone en relación objetos matemáticos o cantidades. La regla, por su parte, es un instrumento para medir. De aquí que lo que me parece entender es que el buen Mo Gawdat se propone establecer una manera para medir la felicidad. Pero en sus entrevistas comete un error fundamental: no es lo mismo medir que comprender y mucho menos puede confundirse con llevar al acto. Me remito al ya mencionado marina para mostrar que la cosa puede ser más complicada. Para él hay cuatro elementos fundamentales que se ponen en juego en nuestras respuestas afectivas:
Son 1) la situación real, 2) los deseos, 3) las creencias y expectativas, 4) la idea que el sujeto tiene de sí mismo y de sus capacidades.José Antonio Marina, El laberinto sentimental p. 103
Marina realiza una fina distinción entre deseos, creencias, expectativas y la idea que tenemos de nosotros mismos. No entraré aquí en ello, pero sí quiero llamar la atención sobre la excesiva simplificación de la fórmula de la felicidad. En eso que se nos invita a ajustar para lograr un equilibrio o aumentar el saldo de la felicidad, la expectativas y la visión, conviven elementos que no pueden ser tratados de la misma manera. No se enfrenta un deseo de la misma manera como se hace con una creencia. Marina lo dice de manera brillante: “No se dan cuenta de que la estructura psicológica de una creencia no puede confundirse con la estructura psicológica de una opinión”. El matemático, no es para extrañarse, pretende resolver desde un campo de conocimiento lo que opera en el orden de la psique donde, afortunadamente, hay algo más que conocimiento.
Lo dejaré aquí con la promesa de terminar el libro. Me interesa saber el desenlace y qué otras referencias no reconocidas se pueden encontrar. Pero de momento me daba pie para hacer una reflexión doble: 1) el estoicismo sigue estando de moda aunque no se le dé siempre su merecido crédito; 2) la tendencia a buscar todo a lo Google (fácil, rápido y a la primera) está bien para algunos ámbitos de la vida, pero hay otros donde la complejidad, la paciencia y el método del prueba y error nos hacen mucha falta. No tengo duda de que el libro podría resultar útil y revelador, pero me parecería todavía mejor que fuera el pretexto para profundizar en los viejos trucos que pululan por la historia del pensamiento y la ética.