El director mexicano Guillermo del Toro se levantó con su inconfundible sonrisa en el rostro. La forma del agua o The shape of water es la materialización de uno de sus grandes sueños. Pero los sueños tienen precisamente esa forma a la que hace referencia su obra: la dimensión onírica es un océano de formas caprichosas. Del Toro es un maestro que cree que la fantasía es también una manera de entrar en contacto con la realidad e incluso de entenderla. Es esto lo que nos dice constantemente en sus obras. Cuando se levantó de su asiento al escuchar su nombre su mirada nos mostraba que estaba soñando despierto otra vez.
Del Toro habla una y otra vez de la otredad. El problema del otro es una espina clavada en su potente imaginación. Pero su estética tan característica juega con lo monstruoso. Las dos líneas se encuentran para dar forma a las historias fantásticas donde la realidad se cruza con la ficción. Se trata de nuestro mundo, ese que llamamos real, en colisión constante con otro mundo, con otras realidades que sacuden nuestros propios cimientos. La forma del agua no es una excepción y tiene su punto central en la atracción que se da entre los raros e incomprendidos representantes de ambos mundos.
La forma del agua y la exclusión
La exclusión es un personaje silencioso en La forma del agua. Está aquella excluida del mundo por la falta de palabra. El excluido del mundo laboral por dedicarse a pintar en un mundo conquistado por la fotografía. Las excluidas de la sospecha por ser simples empleadas de limpieza. Hay otro tipo de exclusiones o marginaciones: el que está fuera de su patria, el que estalla en rabia por ser excluido del grupo de privilegiados, el que debe decidir entre el amor por el conocimiento y la fidelidad a su país. Y en el medio de esta danza de excluidos tenemos al ser del agua que roba la atención y hace parecer que todo lo demás, al final, no es tan raro.
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De manera magistral el director nos pone en situación. Hay líneas familiares en juego que conectan con el gran relato de nuestro mundo: la carrera espacial, la Guerra Fría, los grandes bloques en conflicto. Mientras que en lo particular, en el pequeño mundo, se tejen las relaciones más íntimas y personales. Una muda que es el desahogo perfecto para su simpática amiga y una mirada benevolente para el solitario y enamoradizo vecino. Sally Hawkins hace un extraordinario trabajo encarnando la presencia silenciosa de los excluidos que están destinados a encontrarse para hacer su propio entramado de relaciones.
El amor nace en silencio
Resulta conmovedor presenciar el acercamiento entre los protagonistas. Poco importa el aspecto del dios acuático cuando el magnetismo del reconocimiento, la empatía y la compasión se hacen presentes. Los excluidos se encuentran y en esa colisión se desata una fuerza para la que sobran las palabras. Es así que se nos muestra una alternativa al miedo ante lo desconocido, lo extraño, lo otro. El encuentro amoroso con el monstruo hace relucir lo más valioso de la condición humana. Auténtica síntesis que conserva la esencia invisible si nos quedamos con los polos aparentemente antitéticos. Retomo las palabras de Jaime Sabines:
Todo se hace en silencio. Como
se hace la luz dentro del ojo.
El amor une cuerpos.
En silencio se van llenando el uno al otro.
Jaime Sabines
Nos damos cuenta entonces de una obviedad: lo otro es todo aquello distinto a mí. Todo lo que se encuentra fuera de esta frontera del yo cae en la categoría de otro. Puedo ver entonces que me encuentro en medio de un océano de otredad, que la forma del agua de ese océano me envuelve. ¿He de temer a esa inmensidad de formas caprichosas? ¿He de hundirme en el miedo haciendo de todo lo otro mi enemigo? Quizá sea posible reconocerme en esa otredad. Abrirse amorosamente a lo diverso para encontrar un poco de aquello en este cerco familiar que es el campo de lo mismo. Puede que entonces la identidad se enriquezca haciendo crecer lo uno gracias al contacto amoroso con lo otro.
La forma del agua y el tributo al arte
Un último elemento silencioso de La forma del agua está en su tributo a todas las formas del arte. La protagonista y su peculiar vecino habitan sobre un cine que se ve bañado sobre un cine. Durante el desarrollo de la película hay más de una icónica escena dentro de la sala de cine que hace de mudo testigo del singular romance. Pero más allá de este tributo del cine dentro del cine Guillermo del Toro da un espacio a más de una de las manifestaciones artísticas: la pintura, la música, la danza… y la poesía. No queda clara la referencia de las líneas finales que nos dejan a todos con un nudo en la garganta, pero parece que se le atribuyen al poeta musulmán Hakim Sanai:
Incapaz de percibir tu forma,
Te encuentro a mi alrededor.
Tu presencia llena mis ojos con tu amor,
Doblega mi corazón,
Porque estás en todas partes.La forma del agua
“Ninguna cosa sea donde la palabra falta”, dice un poema de Stefan George. Pero en La forma del agua ahí donde falta la palabra aparece el arte para llenar de sentido la pantalla. No queda claro que el poeta se refiera a ese grafocentrismo denunciado en la posmodernidad, pero sí que podemos decir que la ausencia de palabra no se resiente en la película. El director se encarga de mostrar la capacidad expresiva del arte y de lo humano más allá de la palabra. En cada expresión vemos los destellos de ese reconocimiento de la otredad que llama al diálogo. La otredad está en todas partes a pesar de que seamos incapaces de percibir siempre su forma. Podemos abrirnos a ella en un acto amoroso o hacer de su rostro un monstruo que se impone por el miedo.
Hola Carlos
Si el universo es un todo, ¿tiene sentido la otredad? O la otredad solo existe cuando no somos consciente de que el universo es un todo y nosotros, con él.
Un abrazo
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Mi querido ratón, el universo puede ser precisamente esa forma del agua que nos rodea y de la que somos parte. El asunto aquí es que el todo no es incompatible con la diferencia. No es necesario elegir entre la totalidad y la particularidad precisamente porque se sabe que lo uno implica lo otro. Al todo no le falta la parte, pero sin la parte no puede haber un todo. De ahí la importancia de recordar la otredad. ¡Abrazo roedor!
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