Viajar es una experiencia de apertura casi para cualquiera. Digo casi porque siempre están quienes se llevan algo más que sus prendas de vestir en el equipaje y logran poner en él todo lo necesario para trasladar su casa a donde quiera que estén. Aunque aún así siempre existe la posibilidad de toparse de frente con la diferencia, de que los esfuerzos por no sentirse extraño, es decir, extranjero, se vengan abajo ante la aplastante alteridad. Esto, en todo caso, es una oportunidad de oro para expandir los horizontes de la propia perspectiva y quizá también los de esos otros con los que nos encontramos. Interesarse en las diferencias nos lleva a descubrir la gran variedad de alternativas de lo humano.
Creo que últimamente me visitan muchas ideas que tienen que ver con viajes y encuentros porque en esta temporada del año esta ciudad, Barcelona, se llena de rostros que ejemplifican de inmejorable manera la diversidad. Son recurrentes entonces las conversaciones que giran en torno a lo que nos distingue a cada uno, esas peculiaridades de cada región del mundo. Espero que nadie me lo tome a mal, pero hay una reacción constante cuando en ese tipo de diálogos se escucha la frase: soy mexicano. Vengo de un país que ejerce fascinación, que se presenta ante los ojos del europeo como una selva casi mágica donde no se sabe muy bien lo que se puede encontrar. Resabios de una vieja costumbre que todavía tiene sus anclajes en los discursos escolares: la llegada a América fue un alegre descubrimiento donde la civilización, por fin, alcanzó la otra orilla del mundo.
A la chingada: invitación a lo abierto
Debo confesar que algunas veces el diálogo deriva en molestas generalizaciones y penosas demostraciones de cómo los prejuicios están presentes hasta en las mejores familias. Desde profesores universitarios que preguntan si los cajeros automáticos funcionan en México hasta el turista ebrio que, como Tiziano Ferro, se pregunta si todas las mujeres mexicanas se parecen a Frida Kahlo. En ambos casos hay un impulso muy mexicano que se expresa de la siguiente manera: qué ganas de mandar a la chingada a estos personajes. Perfecta expresión de un rasgo singular del mexicano condensado en una palabra que resulta enigmática. Para explicar esta singularidad y apuntar a un campo más claro con respecto al significado de la chingada, prefiero recomendar un libro de Octavio Paz: El laberinto de la soledad.
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Empecemos por lo evidente: estamos hablando de una mala palabra, de una de esas que nos encanta aprender en cuanto tenemos contacto con otro idioma. Y con justa razón dada su utilidad práctica. La chingada, en este caso, es el sustantivo femenino de lo que en realidad es un verbo: chingar. Un verbo donde la polisemia reina de manera singular. Algo que no es para extrañarse porque, como bien lo supo ver Octavio Paz, “son las malas palabras, único lenguaje vivo en un mundo de vocablos anémicos. La poesía al alcance de todos.” Conviven en este llamado a la acción significados que se consiguen con la aplicación en determinados contextos o por alguna simple variación de la intención al momento de invocar el verbo. Lo que es seguro, de acuerdo al mismo Paz, es que
El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por fuerza en otro. […] El verbo chingar indica el triunfo de lo cerrado, del macho, del fuerte, sobre lo abierto.
Se vuelve visible entonces la idea que late detrás de la mala palabra: una lucha interna entre lo abierto y lo cerrado, una fuerza que se expresa de manera súbita buscando la supremacía. El chingón es el que es capaz de sobreponerse, el que se alza sobre los demás dando muestras de su fuerza. El chingado, por otra parte, es el receptor pasivo, el dominado por la acción del otro. Calificar algo o alguien como chingón es resaltar su fuerza y sus virtudes. - tuitéalo Mientras que mandar a alguien a la chingada tiene una connotación completamente distinta. Es, para decirlo en esta misma línea, una no muy amable invitación a hacer una visita a la parte pasiva de la existencia.
Los hijos de la Chingada de acuerdo a Octavio Paz
Todo lo que aquí te cuento es un diálogo con unas de las páginas del libro que te recomiendo si te sientes fascinada o fascinado por México. El capítulo en cuestión lleva por título “Los hijos de la Malinche”, lo cual nos lleva a poner una capa más sobre esta especie de mexicana versión del ying y el yang. Seguramente habrás notado ya que lo cerrado se relaciona con la fuerza y la virtud, es decir, con los principios que se vinculan con lo masculino de una manera por demás arbitraria. Lo pasivo, lo abierto, en cambio, cae del lado femenino y nos remite a la figura arquetípica de la Madre. A propósito de esto nos dice Octavio Paz:
La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El “hijo de la Chingada” es el engendro de la violación, del rapto o de la burla.
Se establece una diferencia fundamental con el típico “hijo de puta” de toda la vida: el hijo de la Chingada no es producto de una entrega voluntaria y abierta de una mujer a la profesión más antigua del mundo, sino que es el resultado de una acción de dominación humillante. No es lo mismo la prestación de un servicio que ha sido moralmente condenado y, al mismo tiempo, marcado por la noción de pecado, que la humillante postración que termina encarnándose en un hijo. La prostitución, en otras palabras, puede llegar a ser vista como un libre uso del cuerpo, un trabajo donde la dignidad no se ve comprometida de manera necesaria. Mientras que esta posibilidad está completamente cerrada para la Chingada, la que ha sido forzada y obligada a lo abierto y como fruto de esa violente acción a dado luz a un hijo: auténtica encarnación de la dominación y la humillación. Razón de más para no tomarse tan a la ligera el insulto.
El arte de la distinción y la invitación a la lejanía
No te asustes, que seguramente más de alguno pensará que somos una banda de salvajes violadores. El verbo chingar es una expresión de fuerza que remite a los fundamentos que podemos encontrar en todas las culturas: el principio activo en juego con el pasivo, la lucha de fuerzas, la emergencia de la vida en un estira y afloja de las potencias del mundo. El mexicano es un chingón porque con ello se afirma como parte de un colectivo potente, de uno que es capaz de responder al oprobio de una conquista que fue una auténtica chingadera. La llegada a América significó precisamente la violación (no sólo simbólica) de todo lo que sostenía a los pueblos originarios de esas regiones. Nosotros somos, en este sentido, los hijos de la chingada: el producto de la colonización que no fue ejecutada con ramos de flores.
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Darle la vuelta a la tortilla, ser capaces de mandar a ese ominoso territorio de la Nada (basta con recordar las disputas teóricas para determinar si los indios tenían alma o no) a quien te ha desterrado, es la máxima expresión del chingón. El oprimido se revela para chingarse al opresor o, mejor dicho, para mandarlo a la chingada. Dicho en base a la simple distinción entre lo cerrado y lo abierto, la activo y lo pasivo, se trata de una invitación a que cese la acción violenta del otro para regresar a una sana distancia, es decir, a la pasividad. Es un llamado de atención que le hace ver al otro que está ejerciendo una fuerza desmedida, que está haciendo saltar por los aires las normas y las leyes. Se le invita entonces a entrar en contacto de nuevo con su dimensión abierta y mesurada, se le invita a la lejanía de un terreno indeterminado o, en otras palabras, a recordar que todos podemos ser unos hijos de la Chingada. El arte de mandar a la chingada está en distinguir entre ambas dimensiones y saber cuándo es necesario reafirmar la propia fuerza ante la acción violenta del otro.
Una sola palabra puede ser la semilla que contiene la historia de un pueblo. Es la manera singular en que pasado, presente y futuro se conjugan en la boca del mexicano. Esto es nada más una muestra de lo que se puede encontrar en las palabras de Octavio Paz que, sin duda, son mucho más acertadas que las mías. Pero espero que al menos sirvan para invitarte a conocer desde otra perspectiva eso que regularmente fascina: México. Como el título lo indica, somos seres que transitamos por un laberinto, pero ya verás que esto tiene muchos elementos universales, es decir, que todos podemos sentirnos identificados con lo que el escritor explora en esa hipotética mexicanidad.
Me avergüenzo de no haber leído el libro, pero pondré remedio. Realmente, fue una gran chingada la conquista de América. Se producen tantas chingadas a diario…
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No tienes nada de que avergonzarte querida mariposa. De hecho creo que la primera parte del libro ya necesita que alguien escriba una actualización porque la figura que analiza no se encuentra ya en las calles de México. Otras cosas, como esta de la chingada, siguen siendo muy vigentes. Cosa que no deja de resultar curiosa. Como quiera que sea seguramente podrás disfrutar de la educada pluma de Paz. ¡Abrazo lepidóptero!
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Hola Carlos,
ha sido un acierto este artículo. Yo creo que eso de la chingada sí que es relativamente conocido en España. Aquí sí que pienso que tenemos bastantes influencias del español de América por las series de televisión. Hubo una cuando era pequeña yo, “Los ricos también lloran”, serie mexicana, y allí empezó todo.
Pero sí que es cierto que yo pensaba, y no soy la única, que hijo de la chingada es hijo de puta, menos mal que nos has sacado del error :).
Esto de las colonizaciones es de estas cosas que cuando las he reflexionado, me pregunto: ¿Y cómo se les puede pasar por la cabeza algo así? (a los que lo llevan a cabo, me refiero). Por fortuna, mi relación con la gente de América es cordial, son los padres con los que más hablo en el colegio, pero en alguna ocasión se meha pasado por la cabeza el que me digan algo al respecto de la colonización. Espero que nunca lo hagan porque no voy a saber reaccionar.
Con respecto a tu país, antes de conocer gente de allí, lo que me había llegado se resumía en pobreza y desigualdad, fundamentalmente porque lo había escuchado de gente que había estado de misiones por allá. Cuando ya conocí a algunas personas pude ver que no todo el mundo vive mal en México. Y con respecto al país, para mí siempre ha sido muy interesante. Es enorme y supongo que te puedes encontrar de todo :).
Un abrazo 🙂
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¡Saludos Carolina! Muchas gracias por tu comentario. México es ya una cultura mestiza, una mezcla que ya no nos permite sentir un verdadero rencor. Quizá quienes tienen la herencia de los pueblos originarios de manera más directa, pero incluso ahí te diría que son personas marcadas por un pensamiento y una cosmovisión más cercanos a la sabiduría. Así que seguramente no han tenido la necesidad de perdonar porque sus valores les hacen enfrentar el mundo con otras categorías de las que mucho podemos aprender. En resumen, no te preocupes que no guardamos rencores. Eso sí que cuando por aquí me quieren hablar de imposición de una lengua y aniquilación de costumbres no puedo dejar de experimentar una especie de ternura. 😉 Te prometo que encontraré un espacio para profundizar en un par de elementos que son muy interesantes en lo que comentas porque hay un concepto ideal para ello. ¡Un abrazo!
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Hola Amigo, excelente artículo!! ¡Abrazo!!
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¡Saludos Lluís! Muchas gracias por tu comentario. Me alegra poder aportar algo interesante. Se hace con mucho gusto para construir una red con diálogos abiertos donde se puedan enriquecer las perspectivas. Así que nada, bienvenido a la conversación y muchas gracias por pasar por este rincón.
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Saludos Carlos! Ha sido un placer, buen fin de semana!
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pues yo lo unico que entendi fue que trata de hijos de la chingada segun octavio paz jajaja 🤣🤣🤣🤣🤣🤣 y quien no este de acuerdo le meto un plomazo con mi escopeta ︻┳═ 一 //(ㄒoㄒ)// ya estan avisados……..
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Saludos Manuel, dicho así no puedo sino estás de acuerdo. xD
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