La ausencia es el reverso de la presencia. Buscamos en vano darle la vuelta para encontrarnos de nuevo con ese rostro en fuga. Habría que pensar más bien en que estamos ante ese fragmento del símbolo que antes nos era oculto. Teníamos ante nosotros la presencia, tenemos ahora su complemento perfecto: la ausencia. Eugenio Trías sabía bien de la importancia de estos mecanismos simbólicos donde dos elementos se engarzan como dos trozos de una misma moneda. Hoy, a cinco años de su muerte, vemos que su ausencia sigue siendo una flecha de anhelo que simbólicamente apunta a la otra orilla, a esa hacia donde se nos ha marchado su presencia.
La muerte es un pre-texto. Es un aguijón que nos lleva de nuevo a la tarea textual que entreteje con palabras los puentes del pensamiento. El anhelo se hace carne en el cuerpo del texto. - tuitéalo Encontramos en ese ejercicio recreativo la posibilidad de variar el deseo que dialoga con el intelecto. En el principio era la pasión, podría decir Eugenio Trías. Esa pasión filosófica, fuerza fundamental para acudir a la cita con la presencia que llama con la voz de la ausencia. Audición pasional de un susurrante canto de sirenas que invita a entonar un auténtico cántico espiritual con “un no sé qué que quedan balbuciendo”.
Eugenio Trías y el canto de la ausencia
La presencia se dirige inevitablemente hacia la ausencia. Es este el inexorable viaje que hemos de emprender. La estela que dejan las naves sobre el agua es precisamente el canto que se entona como mutuo llamado. De una a otra orilla se tienden estos puentes en perpetua variación. Su materia está en esa phoné que muestra que la música piensa. Para Eugenio Trías esto es muy claro: “Se trata, pues, de reconocer pensamiento en la música, y por los mismo -también- música en el pensamiento. Sostengo que el pensamiento tiene en la música una forma de exponerse. O que no queda confinado en exclusiva, como tantas veces se afirma, al dominio del lenguaje verbal, o a la palabra”, dice en uno de los artículos del libro póstumo La funesta manía de pensar.
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En el canto de la ausencia reconoce Trías algo familiar. Resuena en él un principio matricial y material que ha dado origen al sentido mismo del oído. En la desatendida vida intrauterina tiene lugar un acontecimiento decisivo: la música materna se transmite hasta nosotros en ese mar amniótico de nuestra prematura existencia (pero no por ello menos existencia). La huella de ese canto materno nos acompaña y, más aún, nos constituye. Es una impronta que da forma a nuestra alma que, como bien nos recuerda Eugenio, está hecha con número y proporción musical de acuerdo a Platón. El canto de la ausencia, entonces, está en armonía con el canto que nos llamaba a la presencia, con la voz materna que anhelaba nuestra llegada.
Una frontera para este habitante
Pero cuando se habla de dos caras de una moneda siempre queda el espacio entre. Hay entre ausencia y presencia un hiato que ha sido de la máxima fecundidad para el pensamiento de Eugenio Trías. No se trata de un vacío, no es ese el paradójico lugar de la nada. Trías ha encontrado ahí un campo de fuerza. Supo ver en la tensión existente entre los polos un campo fértil para el pensamiento sin necesidad de recurrir a los abismos. Piensa más en el magnetismo platónico que hace de puente entre la orilla de lo material y la de las ideas que en la nada y la muerte del existencialismo. El símbolo es por ello algo tan importante en su pensamiento: lugar de encuentro entre el mundo sensible y el inteligible, frontera que permite el libre tránsito sin que por ello los territorios se confundan.
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La frontera se habita erigiendo puentes simbólicos. La escucha del canto de la ausencia resulta esencial para la tarea. Hay una “gnosis sensorial”. Se trata de una original apuesta de Eugenio Trías que encuentra en este canto un llamado desde esa dimensión inmemorial. El símbolo le permite hacer un engarce de los éxtasis temporales reconociendo en esa singular melodía el propio pasado, presente y futuro. Nos dice en el libro ya citado: “La música es un don que proporciona conocimiento, reconocimiento de uno mismo, y promesa de salvación”. Atender al canto es habitar la frontera reconociendo su naturaleza simbólica, su estatuto de apertura entre dos orillas que se llaman mutuamente y entre las que hemos de transitar.
El gran viaje de Eugenio Trías
Cinco años nos separan de esa despedida al querido maestro. En su bella meditación sobre la muerte al final de La funesta manía de pensar nos dice lo siguiente: “Desde aquí, desde nuestra perspectiva mundana y carnal, se muestra como helado y sepulcral calderón que pone punto final a la partitura de la vida”. Llama poderosamente la atención ese desde aquí que es una perspectiva mundana y carnal. No hay otra posible para nosotros, por supuesto. Eugenio exploró la condición humana delineándola como una condición de frontera. Para entender ese desde aquí hay que saber que no se trata de elegir entre lo espiritual y lo material, sino que la vida se despliega en la tensión que se genera en el espacio de frontera por la irremediable convivencia de este binomio.
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Desde aquí pueden entenderse que resuene esa gnosis sensorial que promete salvación y salud. ¿Qué podemos esperar? La pregunta kantiana que da pie a la pregunta por el hombre aparece aquí con máxima relevancia. Toca un punto crucial en relación al inevitable destino que marca nuestra condición. La muerte es más una certeza que una esperanza. Pero lo que sigue de ella da pie a la reflexión y a la pregunta. Para Trías la esperanza nos pone en contacto con el origen. La nota final resuena con la del inicio dando coherencia argumental a este relato musical de nuestra existencia. “La vida se oscurece o se ilumina desde el sentido que concedemos a la muerte”, nos dice Eugenio. De ahí que pensar y dar forma a ese sentido sea una tarea humana, demasiado humana. Una última y fundamental lección que nos deja el maestro antes de su gran viaje. Por ello, una vez más, gracias.
Carlos, todos vemos más o menos los mismos colores. Pero, ¿cómo nos hemos puesto de acuerdo en las notas musicales?
Es algo que hay que estudiar más despacio.
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Mi querido ratón, si seguimos la idea que tanto gustaba a Eugenio habría que decir que el sonido es realmente singular. Reconocemos las notas tan bien como los colores, pero la melodía responde siempre a un íntimo canto de sirena que toma las tonalidades de la voz materna. Sin duda vamos muy despacio entendiendo y pensando estas cosas. Pero seguiremos en el camino de la aventura filosófica. ¡Abrazo roedor!
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