No cabe duda de que cuando el señor Nolan se pone a trabajar en lo suyo consigue extraordinarios resultados. No soy precisamente uno de sus más grandes fans, pero hay que reconocer cuando el resultado artístico está más que conseguido. y ese es el caso de Dunkirk (Dunkerque). Una película que consigue transmitir la tensión de lo humano en el enfrentamiento bélico. La vida tiende a su conservación, aunque el honor, el valor y el patriotismo a veces tiran de la cuerda para ir en otra dirección. Cada uno de estos elementos encuentra su lugar en una historia icónica de la Segunda Guerra Mundial. Sin duda un acierto más en la filmografía del director londinense.
Dunkerque es sin duda la confirmación de que el lugar de Nolan es detrás de una cámara. Sus participaciones como productor (Superman) y productor ejecutivo (Batman vs Superman) han dado resultados más que cuestionables en más de un sentido. Pero cuando se le pone en su verdadero sitio se convierte en un artista en toda regla. Dunkerque es una muestra perfecta de su gran talento para contar una historia. Consigue profundizar en las entrañas de lo humano desde ese gran angular de la guerra. Es verdad que el mismo contexto favorece ya el que el espectador entre en un estado emocional propicio para la alabanza. Pero esto no quita mérito a la capacidad de mostrar un rostro del enfrentamiento bélico donde la sangre tiene nulo protagonismo a pesar de la brutalidad del momento.
Dunkerque: entre el silencio y el estruendo
La situación es de completa desesperanza. Más de cuatrocientos mil soldados luchan por sobrevivir rodeados por el enemigo y expuestos a bombardeos aéreos. La fragilidad de la vida queda expuesta con una serie de tomas aéreas. - tuitéalo El contrapunto viene con los rostros incapaces de ir más allá del cansancio y el horror generado por el ataque inminente. Hay que mantenerse a la espera de una embarcación. Aferrarse como sea a cualquier oportunidad de saltar las largas filas de cascos verdes. Pero nadie habla. No hay fuerzas para ello. El miedo se apodera de la playa donde la vida pende de un hilo.
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Lo único que genera una reacción es el estruendo de un avión que amenaza con hacer volar por los aires miles de sueños. No hay mucho por hacer: tirarse en la arena esperando que las bombas terminen antes de llegar a ese pedazo de tierra que puede ser tu lugar de sepultura. Casi puedes ver la costa de lo que un día llamaste hogar. Pero ahora mismo lo único que te mantiene con vida es la suerte y la flexibilidad que a veces requiere de ti el renunciar a la vida de otro para salvar la tuya. Nada como esto para saber lo que significa borrar las fronteras.
Los límites del lenguaje y el tiempo de la narración
Los diálogos de la película son lacónicos. Se limitan a resolver de manera breve una pregunta. Los demás queda en el aire espeso del enfrentamiento bélico. El silencio se llena de miradas, de sonidos que desatan la alarma, de una marea que nada sabe de la urgencia del hombre. ¿De qué sirve hablar cuando los minutos están contados? Es ahí donde el lenguaje se estira más allá de las palabras para alcanzar a dar cuenta de la experiencia. La estructura lógica y lineal le sirve de muy poco para describir el caos de quien busca dar muerte al que lucha con todas sus fuerzas aferrarse a la orilla de la vida.
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Por eso el tiempo de la narración tiene que ajustarse a esa experiencia del caos. Hay un desenlace, pero la memoria también ha saltado en mil pedazos. Sobrevivir deja una huella que nos obliga a reconstruir con retazos lo ocurrido. No importa cómo se ha llegado hasta ahí. Lo que interesa es cómo se ha salido con vida. Se trata del arte de la escapatoria, estratagema necesaria para la retirada. No importa quién ha decidido qué, lo único que hay en el horizonte es el resultado que se cuenta en número de vidas salvadas. El tiempo de la narración es un tejido que va dando forma lo ocurrido. Nos presenta los rostros de los protagonistas sin importar el antes y el después. Nada más fiel al caos de ese Dunkerque histórico donde la memoria tiene un sabor a pólvora y arena.
El valor de las pequeñas cosas
Es el ingenio el que muestra la salida. Pero el ingenio no está siempre en las grandes soluciones. Cuando lo magnánimo falla una y otra vez hay que recurrir a las pequeñas cosas. Los barcos pesqueros y los valientes civiles a su cargo son quienes se encargan de devolver la esperanza. No hay tiempo de mirar atrás. Cada centímetro de embarcación cuenta para sacar del infierno a quienes solamente pueden pensar en el hogar. Es verdad que aquí cabe una pizca de moralidad, una pequeña ventana para mostrar el rostro del heroísmo. Pero nada de eso quita la importancia de mirar hacia las pequeñas cosas. Porque Dunkerque nos muestra que incluso ahí pueden alcanzarse las grandes victorias.
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Pero este mensaje no solamente llega a través de las embarcaciones que han hecho posible el regreso. Se da también con un llamado a hacer del sobrevivir un acto heroico. El soldado no quiere mirar a la cara a nadie. Ha vuelto sin la victoria en las manos. Vuelve derrotado, con rabia por lo que ha dejado atrás. Pero le recibe una fiesta que celebra la vida que, al fin y al cabo, es una oportunidad para intentar algo distinto. En la vida las pequeñas cosas son justamente las que dan luz, calor y sabor. Son ellas las que siguen brillando incluso en la hora más oscura. Y sí, vale la pena sobrevivir por ellas.
El caos está en las grandes cosas. Las pequeñas cosas se arreglan por si mismas.
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