En estos días se producen series como churros. No hay día en que no me hablen de dos o tres series que “tengo que ver”. Seguramente te pasa lo mismo. Entre tanta oferta es difícil dar con algo tan refrescante como Atípico, que puedes encontrar en Netflix. He leído más de un artículo que destaca lo mal que se representa al autismo en la serie, pero dejaré ese tema para los especialistas. No creo que los guionistas detrás de Atípico tengan esta intención, pero tampoco pretendo poner en duda las fallas en la representación. Me interesan más otras cosas que tienen que ver con el lenguaje.
Te pongo en contexto. Atípico cuenta la historia de una familia compuesta por Elsa, Doug, Casey y Sam, madre, padre y hermanos. Sam (Keir Gilchrst) es un chico autista, pero con lo que puede considerarse un autismo de alto funcionamiento (de muy alto funcionamiento según los más críticos). Independientemente de lo acertado o no de la representación del autismo, Sam se convierte rápidamente en un personaje entrañable. Carece del sentido de la ironía y de sonrisa, mientras por otro lado se obsesiona con el conocimiento sobre la naturaleza y particularmente el de los pingüinos. ¿Qué tiene eso de especial? Te lo cuento.
Atípico y la comunicación humana
Sam no deja de ser una representación de la inocencia infantil en un cuerpo de adolescente. Carecer de un sentido irónico implica tomar las palabras en su significado más literal. No hay espacio para la interpretación. Esto lleva a situaciones de lo más cómico como cuando su mejor amigo le dice que le llevará a la “ciudad de las tetas”. Sam responde con completa seriedad: “Ese lugar no existe”. Es así como Sam nos recuerda lo condicionados que estamos por la interpretación, por el entorno social y cultural. Somos animales simbólicos, como diría Cassirer. Nuestras comunicación está siempre filtrada por estos elementos y sin ellos nuestro discurso podría ser realmente incomprensible.
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Además Sam habla sin filtros. Puede hablar de sexo con sus padres como ningún adolescente se atrevería. Busca comprender cómo funciona lo más elemental de la interacción humana comenzando por algo tan sencillo y espontáneo como una sonrisa. Su manera de moverse en el mundo ayuda a poner entre paréntesis nuestros propios movimientos. De pronto puedes cuestionarte las razones por las que saludas de una manera y no de otra. Se ponen sobre la mesa expresiones verbales y corporales que están tan integradas que no nos atreveríamos a cuestionarlas. Sam, con toda su inocencia, nos lleva a poner lo cotidiano entre paréntesis. Esto a tal grado que podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que nos entendamos todos los días?
El precio de ser diferente
La ausencia de sentido figurado y, por tanto, lo directo del lenguaje de Sam descolocan a más de alguno. Sin pudor ni tacto para elegir las palabras otros tantos se sentirán ofendidos. No hay nada rebuscado en un discurso así y eso no tarda en ponerle una etiqueta muy particular: el raro. Esta es una de las líneas argumentales de Atípico que conecta con uno de los grandes temas de nuestro tiempo, a saber, el denominado bullying. En este caso se entrelaza con la importancia de la inclusión de quienes “salen de la normalidad”. Ambas dimensiones presentes en Sam nos muestran el precio de ser diferente.
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Lo que me gusta en este punto es que hay una doble línea que lleva a la resolución. No hay un victimismo presente sino un empoderamiento. Asistimos a un crecimiento de la persona a pesar de sus limitaciones y sin ocultarlas. Esto genera una empatía especial con el personaje y su entorno. No es el discurso fácil que asume que todo es posible con esfuerzo. Más bien se trata de ver qué es lo que se puede alcanzar con y a pesar de los problemas que se presentan. Se ha de pagar un precio por ser diferente, pero esa diferencia puede ser algo que mola. Esto, por supuesto, no justifica agresiones ni exclusiones. En Atípico se señalan estos problemas sin dejar de lado el viaje del protagonista hacia una mejor comprensión de sí mismo y lo que puede conseguir desde su circunstancia.
Lo difícil que es comunicar
Retomando el hilo de lo que más me gusta de Atípico, hay que hacer notar que Sam no es el único que muestra lo difícil que es comunicar. Las relación de sus padres, las decisiones de su hermana, su terapeuta… todos dan una muestra de que carecer del sentido de la ironía y no comprender el sentido figurado del lenguaje no es el mayor de los problemas de la comunicación humana. De hecho, a toda interpretación siempre le acompañará su sombra: la mala interpretación. Con cada frase existe la posibilidad de comunicar más de una cosa. Con cada acto se abre un mundo de posibilidades de lectura. Este es el verdadero drama humano.
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El mensaje, por tanto, bien podría ser: hay personas que son diferentes, pero que no dejan de compartir los mismos problemas con el resto. El problema de lenguaje y de interacción se da un otros niveles, es cierto, pero al final la invitación a ver esas dificultades desde las propias ayuda a la empatía. Insisto en que no discutiré lo acertado o equivocado de la representación del autismo. Más bien quiero destacar que el mensaje de Atípico es más universal: la claridad en el lenguaje es una ficción de la que es mejor reírse para tomarse las cosas con más calma. Siguiendo ese camino se puede enfrentar el día a día con otra mirada. Una más comprensiva, paciente e inclusiva con quien es diferente a mí. Sin duda una serie muy recomendada para divertirse de lo lindo y reflexionar un poco sobre nuestra forma de comunicar. Y, por supuesto, sobre nuestros malos entendimientos que hoy son una anécdota divertida.
Hola Carlos
Suponer que el lenguaje sirve para comunicarnos es una ingenuidad. El lenguaje sirve para establecer la jerarquía en los grupos sociales: quién dice qué a quién.
En los animales, se ve con toda claridad. Pero somos tan vanidosos que creemos que eso no pasa con los seres humanos.
Un abrazo
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Mi querido ratón, creo que el lenguaje, en el caso del animal humano, permite establecer reglas del juego donde la horizontalidad es una premisa. Pero, como bien dices, eso supone que alguien establece las reglas. Cuando nos preguntamos por ese ‘quién’ la cosa puede ponerse color de hormiga. Y mira que las hormigas comunican muy bien y hacen comunidad. ¡Abrazo roedor!
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